viernes, 6 de febrero de 2009

Astillero. La Jornada

Astillero
Julio Hernández López

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Renglones (re)torcidos
■ Secretillos marciales
Es una ironía que la figura de Marcial Maciel se haya estrellado irreparablemente hasta ahora, al saberse que conforme a su naturaleza humana tenía una pareja y (cuando menos) un hijo y no años atrás, cuando se documentaron ampliamente las perversiones sexuales que desde un sitial de presunta continencia y casi divinidad grupal había practicado entre aspirantes al sacerdocio legionario. Los inescrutables caminos del Señor habrían llevado al largamente poderoso e intocable cura michoacano a eludir las graves acusaciones de pederastia cometida en sus dominios inexpugnables pero, al igual que Al Capone, su caída habría de darse por asuntos relativamente menores que en su caso sirvieron de canal de desahogo de tensiones y cuentas acumuladas. Blindado en relación a los abusos sexuales contra seminaristas por los poderes a los que servía, Maciel acabaría acribillado por la transgresión del voto de castidad que cometió él, aspirante en vida a ser iniciado en el proceso de santificación, pero que muchos sacerdotes ignoran diariamente, a sabiendas de que esa imposición eclesiástica contraria a la naturaleza humana es una orden administrativa humana que no tiene nada que ver con la doctrina que abrazan y ejercen.
La triste historia del fundador de los Legionarios de Cristo impacta las estructuras de poder a las que esa orden se mantuvo siempre asociada, en especial el quisquilloso mundillo de la elite empresarial mexicana que tuvo como timbre de orgullo el ser atendida en sus requerimientos devocionales por los entonces muy prestigiosos miembros de esa facción católica. Universidades privadas, apellidos de prosapia y generaciones de sacerdotes formados en ese perol ahora tan desprestigiado pagarán los costos del comportamiento hipócrita de quien simulaba ser un conjunto redondo de perfecciones y acabó entre acusaciones nunca suficientemente atendidas de abuso sexual contra sus propios “hijos” espirituales, la condena vaticana a llevar una vida reservada de oración y penitencia, retiro obligado en el que se le prohibió “todo ministerio público” y, ahora, la difusión de una doble vida en la que ya no era el flamígero rector espiritual que obligaba a jóvenes y adolescentes a su cuidado a realizar actos sexuales bajo secreto sino un varón en ejercicio de su sexualidad que tenía compañera y, cuando menos, un hijo.