sábado, 24 de enero de 2009

Astillero. La jornada

Julio Hernández López
Fax: 5605-2099 • juliohdz@jornada.com.mx
■ ¿Tiempos nuevos?
Una euforia cosmética recorre Estados Unidos, esperanzado el imperio decadente en resurrecciones y mejorías a partir de cambios en la pigmentación corporal de quien ha llegado al punto más alto de la estructura formal cuyo asiento escenográfico está en la Casa Blanca. El entusiasmo mediático que provoca Obama es proporcionalmente inverso a las primeras reacciones que le ofrecen los nichos reales de poder: las bolsas de valores y los grandes capitales le saludan con pérdidas que constituyen medidas de apremio para que el Hombre del Momento apruebe paquetes económicos de ayuda a gusto de quienes medraron durante décadas al amparo de las teorías de la libertad de mercado que hoy esconden con premura entre las solicitudes de dinero público para solucionar crisis de capitales privados; otra bienvenida emponzoñada le fue preparada en Gaza, donde los barones de la guerra desplazaron hasta extremos de barbarie la política aliada de Estados Unidos e Israel para impedir que, al llegar a la silla ceremonial de mando, el presunto abanderado del cambio pudiera caer en las tentaciones de retroceder o modificar puntos esenciales.
El tamaño de la esperanza puede ser también el tamaño de la decepción. Obama será mejor presidente que Bush casi por imperativo de la naturaleza, pues sólo esforzándose con gran oficio le sería posible a una persona ilustrada y con sensibilidad política y social, como lo es el nuevo presidente de Estados Unidos, caer en los abismos humanos en los que se regocijó el gran criminal texano. Pero no son las buenas intenciones las que cambian por sí mismas las realidades estructurales, y mucho menos si son de la dimensión y complejidad que vive en este momento el imperio desfondado (aun cuando la formación intelectual es diametralmente opuesta entre Obama y Vicente Fox, es difícil no recordar las expectativas sin fundamento que generó entre masas mexicanas ávidas de cambios mágicos el merolico del Bajío que acabó hundido en la corrupción). El color de la esperanza es, irónicamente, negro, y no sólo por la piel del nuevo poderoso de la tierra, sino porque de la resolución de los graves problemas económicos y sociales de la nación hasta ahora globalmente rectora dependerá la eventual recuperación de los países que le son subordinados, México de manera destacada entre ellos. Prudencia y sensatez serán necesarios para acompañar y entender el difícil proceso que le espera a Obama, sabedores todos de que el poder real del imperio no está en sus figuras públicas ni en sus criaturas mediáticas (por cierto, el grado de complicidad o complacencia de Obama con el pasado inmediato podrá ser medido a partir de la respuesta que dé a la exigencia del relator especial de Naciones Unidas sobre casos de tortura, Manfred Nowak, quien desde Berlín ha dicho que “hay pruebas suficientes” de la comisión de esos abusos extremos en Guantánamo y que los responsables, que deben ser enjuiciados, son el propio Bush y quien fue su secretario de defensa, Donald Rumsfeld. Si el nuevo mandatario desea enterarse del alto costo adverso que conlleva el encubrimiento del antecesor puede preguntarle a Calderón respecto a Fox, esposa y familiares).

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